Hay muchas variantes del nombre Vuk, que etimológicamente significa lobo en serbio. Vukasin, que así se llama el protagonista de la novela, es su castellanización. Nunca he sido muy dado a ponerles nombres simbólicos a mis personajes, pero en este caso hice una excepción. Echando mano de la imagen popular que ha denostado a los lobos en los cuentos tradicionales, se podría decir que Vuk alberga una bestia interior, un lobo, que muestra la peor cara de los soldados. No es el único, obviamente. Pero parece que sus antiguos compañeros de batalla han conseguido olvidarse de ella, a diferencia de Vukasin.
En los años noventa las sucesivas guerras yugoslavas dejaron huella en mi conciencia de adolescente. Supongo que, a punto de abandonar la niñez para convertirme en un proyecto de adulto, de repente fui consciente de los horrores de la guerra. Aún recuerdo las apresuradas crónicas de Arturo Pérez-Reverte, armado únicamente con su micrófono, sus enormes gafas a punto de pasar de moda, y con un ojo puesto en el cámara y otro un poco más allá, por si acaso. Aquella guerra me resultó muy próxima. Sentado cómodamente en el salón de tu casa, podías oler la pólvora a través de las imágenes de TVE, sentir el miedo y la desesperación reflejada en unos ojos incapaces de comprender los sinsentidos de la barbarie... Mientras, tus padres no le hacían mucho caso a la televisión. Claro, ellos ya habían visto en la tele otras guerras antes.
El fondo de la historia lo tenía claro desde el principio: los remordimientos de Vukasin por los crímenes de guerra cometidos, a pesar de los años transcurridos y de la gente dejada atrás. La novela parte con la descripción de una noche cualquiera en que Vukasin y su compañero de andanzas, Andrija, tienen que despachar a un camello de poca monta por órdenes de Slavco, exoficial del ejército serbio para el que trabajan como asesinos a sueldo. No necesité escribir mucho más para saber por dónde transcurriría la trama. La clave de la historia (y creo que es lo que la convierte en una novela bastante arriesgada) es hasta qué punto los remordimientos y el deseo por cambiar nuestras decisiones pueden afectarnos, no solo a nosotros mismos, sino a lo que nos rodea.
Para todo lector o lectora que se adentre en el particular universo de Vukasin, ante todo, mi profundo agradecimiento por dedicar parte de su preciado tiempo de ocio a la lectura de Ecos de Sarajevo. Eso sí, sirva la dedicatoria del libro como un cartel de advertencia: en esta historia no solo hay lobos.